Revoloteando entre mi pelo

Miraba fijamente las palanquitas de mi negra máquina de escribir, como una tras otra corrían para golpear aquella blanca e insípida pared para convertirla en una obra de arte, en un Cien años de soledad o un Shakespeare. Con su sordo tac me sumía aún más en vagos pensamientos que a si mismos se daban forma y se imprimían en aquella blancura.
Cín, rrrrr, Clín, una de las es comenzó a agrandarse, más y más, ocupó toda mi atención esa boca a medio abrir, una ventanita que dejaba entrever una carretera vacía que se transformaba en un río de la vida, que a su vez reflejaba un cielo en el que los pájaros nadaban, donde las nubes naufragaban a la deriva y formaban letras que a su vez formaban párrafos de ideas y palabras inconclusas y mal escritas, donde nada sigue un patrón y donde todo tiene lugar, para desembocar de nuevo en una e de atardecer en el mar que hay en mi mente.
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