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.Mukka.

Era una noche de verano despejada y fresca aunque el día había sido bochornoso y amenazaba tormenta. No me habría fijado en la luna de no ser porque el viento azotaba con fuerza los toldos y tuve que salir a la terraza para recogerlos. Entonces la vi, no estaba llena, había empezado a menguar, pero aún así estaba grande y blanca. Me acordé de ti de forma instantánea y me pregunté cómo la verías tú desde allí, al otro lado del mundo y unas horas más arriba. No pude evitar sonreir al recordar el influjo que ésta ejerce sobre ti. Pensé después en que quizás allí su influencia era diferente, igual que lo era la época del año, allí era invierno a pesar de estar en Julio. Me fijé en el paisaje, llamaron mi atención las copas de los árboles mecidas por el viento y eché de menos por un momento el mar, sólo hacía un día que había vuelto y me habría gustado poder contemplar una vez más su vasta espesura en una noche como esa, con los pies enredados en la arena, el viento envolviéndome y el ruido de las olas... pero esta vista tampoco estaba nada mal, árboles, montañas e infinidad de lucecitas, Madrid y su bullir de noche, con el zumbido del viento y un perro ladrándole a su sombra. Volví a mirar a la luna que había subido un palmo, estaba ya muy lejos, como tú de mí, y entonces comprendí por qué me recordaba tanto a ti, tú eres tan inalcanzable para mí como la luna que cuanto más la miro más se aleja y cuanto más la busco más se esconde.   

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