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.Mukka.

 

Un escalofrío recorrió su cuerpo, se lanzó sobre la cama hundiendo la cabeza en la almohada y comenzó a llorar con la extraña certeza de que su tiempo se acababa. Era un llanto irrefrenable de rabia contenida y muchos sueños rotos.  De repente tuvo la sensación de que había malgastado su tiempo. Siempre quiso viajar a Roma y enamorarse de un italiano de pelo rizado y labios carnosos que le cantase al oído canciones de Tiziano. Que cogiese fuerte sus manos y corriese tras ella por todas las calles de la ciudad. Siempre quiso tener su propia casa, decorada por ella con cada recuerdo, una casa que tuviera una habitación de cada color, en la que nunca faltarían ni el morado ni el azul. Siempre quiso saber como sería su vida sin los gritos del monstruo tras de ella. Le abría gustado tener un amante en cada puerto, pendientes siempre de cada uno de sus movimientos, soñando que son los únicos que saborean sus besos... Pero nada de esto llegaría para ella porque acababa de darse cuenta de que nunca sería la chica con la que soñaba de pequeña. Su pelo nunca sería suficientemente largo como el de aquella, no sería nunca tan alta, ni sus labios serían tan suaves, ni sería nunca tan perfecta, ni tan risueña, ni tan delgada, no. Sus ojos no serían tan verdes, ni su mirada tan profunda, nunca escribiría ni la mitad de bien que ella... Nunca tendrá una casa con una habitación azul, ni un amante italiano, ni canciones inspiradas en ella. Nunca nadie vendrá para correr tras su aroma y el monstruo nunca se marchará de su vera. Así que llora a cada cambio de estación porque está segura de que si nada de todo eso ha ocurrido en veinte años, otros veinte no van a cambiarlo. Llora y se pregunta ¿Entonces todo esto para qué? Y se siente cada vez más pequeña e insignificante, como viviendo sin permiso y alejada del camino que debería haber seguido.

 

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